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domingo, abril 28, 2024

El pájaro telegrafista

A Guadalupe Beatriz Aldaco

El 14 de febrero siempre lo he relacionado con los telegrafistas y no tanto con la fiesta de San Valentín. Sea como sea, el caso es que Carlos Ilescas siempre decía que un pájaro telegrafista es el resultado de un amor entre un pájaro carpintero y una paloma mensajera.

Samuel Morse, pintor y físico estadounidense, inventó en 1832 el telégrafo eléctrico y el alfabeto que lleva su nombre, un código de puntos y rayas que podía transmitirse a largas distancias mediante impulsos eléctricos que circulan por un hilo metálico y que en México se empezó a utilizar, en 1849, durante el gobierno del presidente José Joaquín Herrera.

La red telegráfica cubría todo el país hacia finales del siglo XIX y quienes aprendieron el oficio como empleados “meritorios” sin sueldo se incorporaron después a las tropas revolucionarias como combatientes y técnicos indispensables para la estrategia militar. Sin un telegrafista al lado, Pancho Villa hubiera sido como un ciego con una pistola. Por eso, el 14 de febrero de 1933, cuando la Dirección de Correos absorbió a la Dirección General de Telégrafos, los telegrafistas se sintieron indignados y se declararon en una huelga humillante e infructuosa.

“No queríamos que un simple cartero, con la más elemental instrucción, viniera a gobernarnos”, dice el sonorense Saturnino Castillo Morales, nacido en Bacoachi en 1905 y telegrafista durante cincuenta años: de 1920 a 1970, en su libro La vida de un telegrafista.

“A principios de febrero de 1926, se me propuso un interinato por tres meses en Guaymas, como telegrafista de sexta… Entre mis compañeros de entonces recuerdo al poeta y telegrafista Leopoldo Ramos Cota, al Güero Verdugo, a un capitán telegrafista de apellido Sarrazín, a Federico Campbell y a otros más. Muchos de ellos ya emprendieron el viaje que no tiene retorno.

“El compañero Federico Campbell y yo, por ser de la misma edad (18 años), hicimos buenas migas, compartimos el mismo cuarto de la hospedería, salíamos juntos, nos hicimos de amigos y amigas y el tiempo se me fue pasando pronto.”

Y es que en realidad desde que tengo memoria, entre los cuatro y los diez años me moví como en mi casa en una oficina de telégrafos, en la avenida C de Tijuana, frente a la joyería Ynda y el Cinelandia. Sobre todo los días de quincena, cuando le caíamos a mi papá para que nos invitara unas nieves. Oía la chicharra del aparatito Morse y el teclear de las máquinas. Olía a cigarro y había un reguero de papeles por todos lados, como en las oficinas de redacción de los periódicos.

Por eso decía que el 14 de febrero lo relaciono más bien con el día del telegrafista. Mi padre estaba brindando con sus camaradas cuando esa misma noche se tomó la última copa de vino que había de disfrutar en esta vida: el 13 de febrero de 1960. Más tarde, en nuestra casa de madera, al enterarse de su muerte súbita (murió al pie del cañón: ante el mostrador de la licorería Roxi), mi hermana Silvia de trece años tuvo una alucinación auditiva: oyó que el techo y las paredes de la casa resonaban como la música tierna y paternal de la clave Morse.

Lo que pasa con el pájaro telegrafista es que no llega con un mensaje escrito, ni corroe con su pico los árboles, sino que picotea en la mesa los puntos y rayas de la clave Morse.

http://focastj.blogspot.com/

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