Como de cualquier manera no nos vamos a librar de la obscena exposición de ambiciones en que está convertida la carrera por la sucesión gubernamental en Guanajuato, y como se vio que no será posible frenarla ni encauzarla por la intervención de autoridades electorales o partidistas, lo único que nos queda es reclamar la elevación del nivel de lo que hasta ahora ha sido una lamentable guerra de egos y vanidades.
Hasta ahora, la caballada más abundante, no por ello la de mejor pinta, es la panista. Sin embargo, la escasez de propuestas es abrumadora.
La disidencia agrupada en el pacto de La Loma sólo parece preocupada por procesar su aparición en términos de propaganda, pero no ha generado un sólo avance en planteamientos de reforma al interior del PAN, mucho menos en términos de elevar el nivel de gobierno mostrado por ese partido en los últimos años.
Incluso un eficiente administrador público y hombre de cátedra como José Ángel Córdova, se ha visto mediatizado por la tendencia a hacer política de eslogan de Luis Alberto Villarreal.
En el oficialismo, la puesta en escena académica de bajo presupuesto montada por el momentáneamente excéntrico Gerardo Mosqueda, respaldado por los universitarios Juan Carlos Romero y Luis Felipe Guerrero, ha bastado para evidenciar la escasa consistencia teórica de Miguel Márquez.
Y la oposición, que tendría una extensa área de oportunidad ante el panorama descrito, se limita a: a) el road show de Francisco Arroyo, que ridiculiza los fracasos panistas ante públicos priistas que aplauden a rabiar; b) el devaneo hamletiano de Juan Ignacio Torres Landa; y c) la precampaña de bolsillo del diputado Chico.
Esta bien, habría que decir, nos aguantamos que hayan extendido la temporada electoral a tres años; pero, por lo menos, expriman un poco la sesera y… por misericordia, hagan un esfuerzo por recordar que el electorado no es idiota.
