Hace seis meses llegó a la dirección del Instituto Cultural de León, Sebastián Serra. Su buena reputación hizo creer que venían tiempos buenos para la institución. Sin embargo, con el paso del tiempo se han visto pocos avances.
Se aprecia su honestidad al reconocer errores, por ejemplo en el caso de la FeNaL, pero no basta un “no lo volveremos a hacer”. Llegó el momento de tomar decisiones y hacer cambios, para que efectivamente, las cosas mejoren.
La primera vez que hablé con él, me dijo que no haría cambios hasta hacer un diagnóstico y revisar los perfiles de los empleados. Sabemos que hay personajes que llegaron durante la administración pasada en pago a favores políticos. Lo que no se puede entender es que sigan en los cargos, cuando es evidente que no cumplen el perfil y además el partido gobernante es otro.
Hay otros, que no cumplen con lo mínimo que su trabajo les exige y esto afecta a los artistas que tienen que cancelar funciones. Y siguen ahí, cobrando su sueldo.
Se reconoce el esfuerzo que hacen muchos de los trabajadores por hacer bien las cosas, pero no siempre es cuestión de “echarle ganas”, sino de capacidad.
Serra ha reconocido que pocos cambios se pueden hacer en cuanto a la programación de eventos, ya que tiene un presupuesto limitado y etiquetado. Hay inercias de muchos años, vicios que el ex rector está tratando de arreglar.
Pero, ¿puede cambiar el ICL si se sigue haciendo lo mismo? Evidentemente no: el peso de Alfonso Barajas al interior del Instituto sigue siendo mucho, más allá de sus funciones en el consejo. Hay una lista de protegidos suyos que son inamovibles, sus aliados, aunque entre ellos se den patadas debajo de la mesa, pero que están en puntos claves y al consejero le funcionan.
Por lo pronto seguimos esperando esos cambios que prometió Serra, aunque “rechinaran”. Y sí, queremos oir que algo rechina al interior del ICL.
