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jueves, abril 25, 2024

Jodidos pero felices

La felicidad se identifica como la principal meta, la más importante, de la vida humana. Su definición, sin embargo, es difícil. Desde Tales de Mileto, Demócrito y Aristóteles, un gran número de pensadores, filósofos, escritores, científicos y artistas se han ocupado en hablar sobre ella, dando cada quien una versión distinta de su significado.

Así por ejemplo, para Séneca la verdadera felicidad no consiste en tenerlo todo, sino en no desear nada. El economista inglés John Stuart Mill coincidía con esta idea cuando afirmaba que para aprender a ser feliz, había que comenzar por limitar nuestros deseos. Por su parte, John Locke, padre del liberalismo social y económico, consideraba que la felicidad es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias. De manera similar, Goethe también creía que el hombre feliz es aquél que, siendo rey o campesino, encuentra paz en su hogar.

En términos más científicos y también más recientes, diversos psicólogos y sociólogos han querido generar definiciones más operativas que permitan estudiar el fenómeno de la felicidad en la sociedad y la cultura humanas. Para Andrews y Withey, la felicidad es una experiencia interna positiva que incluye emociones placenteras, satisfacción con la vida, ausencia de estrés, salud física general, autorrealización y crecimiento personal (1). Estas emociones placenteras asociadas con la felicidad, nos dice M. Argyle, son capaces a su vez de producir pensamientos y actitudes positivas, mayor creatividad en la solución de problemas y una mejor evaluación de las cosas (2).

Pero como quiera que sea, es indudable que hablar del tema de la felicidad es adentrarse en terrenos pantanosos, en parte por el alto contenido subjetivo que presenta y en parte porque, a pesar de ser un asunto universal, su concepción y evaluación varía de cultura en cultura, de época en época, de individuo en individuo. Por ello, no nos queda más que coincidir con Fernando Savater cuando dice que “de la felicidad no sabemos de cierto más que la vastedad de su demanda”(3).

Ante esto, llama la atención el anuncio ofrecido en días pasados por el titular del INEGI, Eduardo Sojo, acerca de que dicho instituto estaba preparando una nueva e inédita encuesta para medir la felicidad de los mexicanos. Al decir del funcionario, esta encuesta, que será levantada en zonas urbanas y rurales, permitirá obtener indicadores sobre la satisfacción de las personas con la vida y así podremos saber, por ejemplo, quienes “son más satisfechos” (sic) en su existir humano en este atribulado país nuestro: los jóvenes, los adultos, los mayores, los casados, los solteros, los practicantes de alguna religión, etc.(4)

Al proponer esta nueva encuesta, el INEGI penetra en una tendencia mundial de investigación científica, observada desde hace ya varios años en diversos países europeos, derivada de las crisis económicas mundiales y del fracaso general de las políticas neoliberales para eliminar la pobreza y la desigualdad social. En esta línea de investigación, se intenta complementar el concepto de bienestar social basado en variables económicas y materiales, cabalmente medibles, con un bienestar más subjetivo y difuso, centrado en medir “la apreciación y el gozo de la vida”, o en otras palabras, “la felicidad de las personas”.

De acuerdo con Ruut Veehoven, reconocido sociólogo que ha impulsado internacionalmente esta línea de análisis social desde la Universidad Erasmus de Rotterdam y que dirige el World Database of Happiness y el Journal of Happiness Studies, la felicidad puede ser definida como el “grado en el cual a un individuo le gusta la vida que tiene”(5).

En este orden de ideas, resulta interesante señalar que desde 1972, el Reino de Bután, en la región de los Himalaya, mide entre su población la llamada Felicidad Nacional Bruta (Gross National Happines o GNH), basándose en una compleja red de variables relacionadas con conceptos tales como salud física, mental y espiritual, vitalidad social e integración a la comunidad, distribución del tiempo, status social, vitalidad cultural, buen gobierno y conservación ecológica. Y aunque la medición de la felicidad está sujeta a un amplio debate mundial, lo cierto es que en aquél remoto país asiático ningún proyecto o programa público puede ser aprobado si antes no se mide su posible impacto, positivo o negativo, sobre el GNH butanés.

Así las cosas, medir la felicidad de la población en México, como ahora pretende hacerlo el INEGI, puede ser algo menos trivial y superficial de lo que a primera vista parece, al menos desde un punto de vista académico, de mayor conocimiento social. Pero es innegable también que por el momento, hasta que no se ofrezca mayor información, resulta poco clara la aplicación práctica de la nueva encuesta de felicidad de los mexicanos en términos políticos y económicos. ¿O será que próximamente nuestros gobiernos diseñarán políticas públicas para generar mayor felicidad en el país? ¿Nos dirán después que hay que emprender reformas estructurales para incentivar la felicidad? ¿Podremos hablar de una mala distribución de la felicidad en México?

Aunque por otro lado, bien podría ser que ahora, justo en los últimos momentos del fracasado sexenio de Calderón, caracterizado por el incremento del desempleo, el escaso crecimiento económico, la corrupción y la violencia social generalizadas, con esta novedosa encuesta del INEGI se nos quiera desde el gobierno vender la idea, tan común en las telenovelas de Televisa, de que los mexicanos somos un pueblo muy pobre, muy aplastado, muy agredido, pero también muy feliz.

NOTAS.

1) Andrews, F.M. y Withey, S.B. “Social Indicators of Well-being” en American Perceptions of Life Quality. New York, Plenum, 1976.

2) Argyle, M. The Psichology of Happiness. London, Methuen and Co. Ltd, 2001.

3) Savater, Fernando. “El contenido de la felicidad”.

4) Diario Excelsior, Primera Plana, México, D.F., Agosto 28 de 2012.

5) Veenhoven, R. World Database of Happiness. The Netherlands, Erasmus University Rotterdam, 2009.

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