Ayer pensaba en Jennifer Lawrence y la imaginaba en un gran escenario, con un vestido rojo y hermoso anunciando el premio al momento más incómodo del año; el día de las madres después de un divorcio. Mi hija me anunció (por suerte con anticipación) que pensaba prepararle un regalo a la nueva pareja de su papá el día de las madres, un regalo igual al mío. Yo, la mujer que se dedica profesionalmente a desmantelar las nociones sobre maternidad, ahora me encuentro en medio de un berrinche porque mi hija le bordará una tela o le hará un dibujo a otra mujer/madre el diez de mayo.
Mi primera reacción fue pensar en las 72 horas de parto, en los infinitos abrazos, las horas de desvelo, las papillas preparadas en el laboratorio de mi cocina, la pesadilla de las juntas escolares, en todo ese amor que uno palpita durante tantos años…todo para que uno reciba la misma muestra de afecto que una mujer prácticamente desconocida, por lo menos en lo más profundo. Sí, como seguramente muchas otras madres el impulso fue desear que la mujer en cuestión se trasformara en Dorothy para que un tornado se la llevara por lo menos a Helsinki y no volviera jamás. A mí, como a muchas otras mujeres, no me prepararon para esto. Nadie me dijo que después de un divorcio tendría que compartir el amor y la presencia de mis hijas con otra mujer, no hay un manual. Los amigos y la familia tampoco lo tienen y los consejos muchas veces suelen ser muy confusos ‘’no lo permitas’’ ‘’es una humillación’’ ‘’tú eres la madre, no dejes que tus hijas lo olviden’’. Pero eso es colocar el ego y el dolor propio por encima de los hijos. Como socióloga puedo asegurar que las formas de amar son socialmente construidas, pero cuidado, el amor no lo es, ese se siente o no se siente y negarles a los hijos expresiones de afecto y de amor es lo más cruel que podemos hacer.
El día de las madres es una celebración que nació para obstaculizar movimientos feministas importantes, es un día que inevitablemente alimenta nociones sobre la ‘’buena’’ madre como una sacrificada, pasiva y sobre todo única. El mito del ‘’instinto’’ materno es justamente lo que construye esta idea absurda de que somos las únicas que podemos cuidar y dar amor a nuestros hijos. Lo cierto es que no es así, los cuidados, el amor y el afecto no son emociones exclusivas de las madres ni tampoco de las familias consanguíneas. Esta experiencia llega para reafirmar lo que ya sabía, las maternidades no son fijas, no son únicas ni siguen moldes determinados. Las maternidades son afectos y cuidados que bien pueden ser ejercidos por hombres, mujeres, familias extendidas y comunidades enteras.
En 1980 había 4 divorcios por cada 100 matrimonios y ahora estamos cerca de los 20 por cada 100. Estamos obligados a pensar y vivir nuevas formas de hacer familia, puede ser que seamos la primera generación que nos enfrentamos a esto de una forma masiva, entonces es inevitable que los amigos y la familia nos inunden con nociones sobre familia, honor, orgullo y derecho de ‘’merecer’’ que nada tienen que ver con lo que vivimos y somos ahora. Preparemos entonces a nuestros hijos a manejar las contradicciones y complejidades de un contexto social en el que nos sentimos más libres para decidir cuándo, a quién y cómo amamos. Hay un precio, sí, se lo digo yo que me preparo para pasar un día de maternidad compartida impuesta por las circunstancias. Esto duele como cualquier cosa que nos confronta con nosotros mismos y por eso nos hace crecer. Pero no seré yo quien termine saboteando a mis hijas la maravillosa experiencia de amar- no lo haga usted si está pasando por lo mismo.
