Según reza la leyenda nórdica, recogida por Selma Lagerlof en El Carretero de la Muerte, éste descansará de su tarea macabra al relevarlo aquel que muera en pecado mortal al sonar la última campanada de las doce de la noche del último día del año Noche lúgubre es esta, que amenaza con darle tan fúnebre trabajo al que antes de morir a la medianoche, de esa noche funesta, no se haya arrepentido de sus malas acciones.
¿Pero a qué viene pintar con tan siniestros tonos precisamente la noche del día en que se celebra a San Silvestre, el Papa que llevó a la Iglesia, de ser despiadadamente perseguida durante sus primeros tres siglos de vida, al gozo incomparable de la libertad?
La verdad es que esta última noche del año, llena de bienaventuranzas por el recuerdo imborrable y sorprendente de ese hecho inconcebible unos años antes, que le toco vivir a San Silvestre siendo Papa, presagia, al igual que aquella nueva era, la alegría de un Nuevo Año.
Lo que es irremediable es que ese día caerá una hoja más del árbol de la vida… de nuestra vida, junto con la hoja final del calendario. Y al arrancarla no podremos evitar recorrer con nostalgia, o con alivio, los sucesos ocurridos en algunos de esos días del año que ya agoniza.
Claro, indudablemente habrá habido algún día malo. Alguno nada más, para que aquilatemos todos los demás buenos días que disfrutamos. Y por malo que haya sido ese día, no lo habrá sido tanto, ya que permanecemos vivos, y donde hay vida hay esperanza y también fe en que al día siguiente otra vez saldrá ese sol que en estas latitudes nunca falta.
Otros días habrá habido inmersos en esa santa paz que confiere el encanto de la vida cotidiana. Días de dar gracias a Dios porque el pan de la mesa es tierno y la sopa es sabrosa, porque todo está en orden y en el hogar bendito la familia reunida ya descansa.
Pero seamos sinceros, indudablemente, muchos días, los más de ellos, habrán estado llenos de risas y de gozo. Habremos disfrutado al atardecer del glorioso alumbramiento de la tierra iluminada con los inconcebibles jirones de rojo anaranjado. Ese asombroso milagro que incendia el cielo, al igual que el corazón cuando rebosa de contento.
Cierto, el nuevo año trae muchos desafíos, pero ya dijo Job: “Es milicia la vida del hombre sobre la tierra”. El año nuevo no es tiempo de descanso. Hay urgentes tareas que nos esperan. Pero tenemos un año nuevecito por delante, como la libreta en blanco que estrenábamos al empezar la escuela. Y así como nos proponíamos hacer la mejor letra sin borrones ni manchas, y con un sobresaliente en cada página, y a veces lo lográbamos, propongámonos emprender en este nuevo año la tarea de vivir cada día con un gran entusiasmo.
Encontraremos tiempo para dárselo a los que más queremos. Sabremos cómo “aprudentar” para que haya armonía y paz en la familia. Terminaremos aquel trabajo que hemos dejado a medias por desgano, y le daremos muchas gracias a Dios por habernos permitido ver caer esa hoja más del árbol de la vida, pero sin olvidar pedir porque al arrancar esta última página del viejo calendario, encontremos que en el nuevo hay muchas páginas más de bendiciones.
Y es que así como San Silvestre guió al Cristianismo de la oscuridad de las catacumbas y de la clandestinidad hacia la luz deslumbrante y jubilosa de la libertad, así esta noche vieja nos llevará también a un nuevo amanecer pletórico de innumerables y luminosas oportunidades.