Desde sus primeros años, la Iglesia Católica ha hecho concilios cuando ha tenido problemas que zanjar en materia de fe y costumbres. En ellos se resuelven, por medio del diálogo, los problemas que se van presentando.
En los concilios ecuménicos se reúnen los obispos de la Iglesia Católica y otros dignatarios eclesiásticos para tratar de los dogmas y de los temas doctrinales. El Sumo Pontífice es el encargado de convocar a los asistentes, elegir los temas que se han de tratar, confirmar y publicar los decretos dictados y presidir el concilio o enviar a su legado.
Estos concilios sólo tienen el carácter de cooperación y consulta, ya que el Papa, por sí mismo, puede decidir en materia de fe y costumbres por la infalibilidad pontificia.
Se han hecho más de 20 concilios ecuménicos, el primero de los cuales, llamado Concilio de los Apóstoles, tuvo lugar en Jerusalén entre los años 48 y 49, cuando se disputaba si se habían de imponer las leyes mosaicas y la circuncisión a los que se convertían al cristianismo. San Pedro abogaba porque se les impusieran, mientras que San Pablo opinaba lo contrario, siendo su opinión la que prevaleció. En ese tiempo se decía el Credo de los Apóstoles.
El concilio de Nicea, en 325, fue muy importante porque en él se decretó el uso del Credo llamado de Nicea debido a que Arrio, un monje de Alejandría, afirmaba que Jesucristo, el Hijo de Dios, no era Dios, sino que era una criatura perfecta. Esta postura, que contrariaba la sana doctrina de la iglesia, rompía el sentido de la Trinidad y el de la Encarnación porque el único que puede redimir es Dios. Por eso se decretó el uso del Credo de Nicea, que corrige ese error.
A este Concilio asistieron los obispos y muchos confesores que habían sobrevivido a la persecución de los emperadores Diocleciano y Máximo. Se dice que ahí, Constantino besó las manos de los confesores en signo de respeto por su admirable entrega y por no haber caído en la apostasía.
En este concilio se definió que Jesús, como El mismo lo dijo, pertenece a la misma sustancia divina del Padre; que nació del Padre antes de todos los siglos; que fue engendrado, no creado y consustancial al Padre; que por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen y se hizo hombre.
Una de las personas que más se destacó en la defensa de la divinidad de Jesucristo fue San Atanasio, cuya gran espiritualidad así como sus argumentos plasmados en los documentos que escribió influyeron enormemente para combatir el error arriano. Por eso se le ha llamado “Padre de la Ortodoxia”. Y aunque la mitad de los 45 años en los que fue Patriarca de Alejandría los pasó en el destierro, finalmente, en 381, en el Concilio de Constantinopla el arrianismo recibió un golpe mortal al declararse ahí contundentemente la divinidad de Jesucristo.
Otros concilios importantes fueron el de Letrán, en 1215, contra los albigenses; el de Lyón en 1274, en el que se intentó la unión de las Iglesias Romana y Griega; los de Trento, en 1545 y 1563, contra la reforma protestante, y el del Vaticano I, en 1869-1870, en el que se definió la infalibilidad pontificia.
El más reciente es el Concilio Vaticano II, convocado por San Juan XXIII. Fue inaugurado el 11 de octubre de 1962 y cerrado por Paulo VI el 8 de diciembre de 1965. En este concilio se hicieron muchos cambios en la liturgia de la Iglesia Católica, como el que el sacerdote diga la misa en lengua vernácula y no en latín, de cara al pueblo, no hacia el altar. También se insistió en que evangelizar no es sólo privilegio de los religiosos, sino obligación de todos los católicos.