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miércoles, abril 24, 2024

México: "¿Por qué esa gente los mata sin piedad?"

De Ignacio Alvarado Álvarez

La tarde que abordó el camión que lo llevaría a Matamoros, Gerardo M. estaba algo nervioso, pero lo animaba el hecho de que, ocho meses después, a su regreso, tendría dinero suficiente para construir la casa donde viviría con su esposa y su pequeño hijo.

“El plan era asegurarle un futuro al niño”, dice su mujer. “Y pienso que eso ya no va ser… ¿Por qué esa gente los mata sin piedad?”.Isabel V. tiene 21 años. Vivió casi tres de ellos con Gerardo, de 20. En 2009 tuvieron a su hijo y en febrero de este año decidieron unirse en matrimonio. Hubo fiesta a la salida de la iglesia, en la comunidad de Valenciana Yóstiro.

Unos días después, comenzando marzo, el tío de Isabel, Armando V., llegó con la noticia del viaje a Misuri: el patrón con el que trabajaba desde hace ocho años había aceptado llevarse a Gerardo con visa temporal. “Nos pusimos contentos. Sabíamos que el señor era un buen patrón porque mi tío llevaba ocho años con él y mi hermano tres.

Por eso Gerardo se animó a pedirles que le preguntaran si podía irse con ellos en la siguiente temporada y el patrón dijo que sí, que se fuera con mi tío y mi hermano”, cuenta Isabel, sentada bajo la sombra de un moro, a espaldas del puesto familiar, donde venden fresas con crema. Armando V., de 38 años, invitó también a otro sobrino suyo llamado Juan R., de 20 años.

El hermano de Isabel, Luis Alberto V., de 19 años, fue quien más animó a su cuñado Gerardo para que se empleara como jardinero de marzo a noviembre. Gerardo trabajaba despachando gasolina en una estación cercana a su comunidad, compuesta por 105 familias, de las cuales todas tienen al menos a uno de sus integrantes trabajando en Estados Unidos, dice Daniel Vargas, abuelo de Isabel y delegado de Valenciana Yóstiro.

Los cuatro abordaron un camión de la línea Futura a las cinco de la tarde del domingo 27 de marzo.

De acuerdo con la ruta de viaje, arribarían a Matamoros a las ocho de la mañana del día siguiente. Allí los recogería otro empleado del contratista norteamericano y los alojaría en un hotel para que a la mañana siguiente acudieran al consulado a tramitar la visa temporal. Ese trabajador llamó sin embargo poco después de las ocho de la mañana del lunes 28 y preguntó a una de las hijas del delegado si los cuatro habían abordado el camión porque ninguno de ellos arribó a la hora indicada.

El dato, dice Isabel, sumió a la familia entera en un estado de angustia que había nacido desde la madrugada, cuando Gerardo, quien llevaba celular, dejó de responder mensajes y llamados de otro de sus cuñados. “Nosotros creíamos todavía el lunes que no había señal de teléfono, o que se cortaba durante la noche, cuando le llamamos, porque iban en carretera.

Pero cuando nos avisaron que no habían llegado a la terminal de Matamoros sentimos que algo malo había pasado”, cuenta Isabel. Aún así decidieron esperarse unas horas, creyendo que los cuatro pudieron ser víctimas de una detención equivocada por parte de la policía. La noche del lunes, tras varios intentos, el celular de Gerardo comenzó a timbrar. Quien marcó fue otro de los hermanos de Isabel.

Le respondió un desconocido quien le dijo que “dejara de chingar”, para luego colgarle. “Mi hermano alcanzó a escuchar risas de muchos hombres, y música fuerte”, dice Isabel. “Y volvió a marcar para preguntar quién era, pero ya habían apagado el teléfono de Gerardo”.

Ahí confirmaron que los cuatro estaban en poder de desconocidos y a la mañana siguiente Daniel acudió a la agencia local del Ministerio Público a poner la denuncia por la desaparición de su hijo, su nieto, un sobrino y el esposo de su nieta.

La agencia ordenó una investigación inmediata y para el miércoles pudieron localizar al chofer del Futura en la ciudad de México. Lo que les dijo el operador del autobús coincide con las versiones brindadas por otros chóferes a los que también detuvieron civiles armados para secuestrarles a una parte de los pasajeros: La unidad fue detenida al llegar a San Fernando, unas tres horas antes de alcanzar Matamoros.

Subieron hombres armados y tras una breve inspección ordenaron bajarse a Gerardo, Luis Alberto y Juan. El tío de Luis Alberto, Armando, quedó a bordo del camión pero cuando vio que iba a reanudar la marcha bajó para indagar la suerte de los tres. El chofer declaró al Ministerio Público que también fue retenido por los sujetos.

En tres semanas es todo lo que saben del caso. Únicamente fueron llamados por las autoridades en días pasados, cuando fue descubierto el cementerio clandestino con cadáveres, en las inmediaciones de San Fernando. Les tomaron muestras de ADN y las enviaron a la procuraduría de Tamaulipas para cotejarlas con las de los cuerpos exhumados.

“No nos queda otra más que esperar”, dice Isabel. “Y he tratado de estar tranquila por el bien de mi hijo, pero hay días en que no aguanto y me pongo a llorar…

En el centro de Irapuato, María del Tránsito, la madre de 45 años de Gerardo M., intenta comer algo del platillo que le han servido dentro de un pequeño restaurante ubicado frente a la sede de la presidencia municipal. Lleva un poco de ensalada de lechuga a la boca y desiste. Deja los cubiertos sobre la mesa. “No puedo, me duele el estómago”, dice, apenas conteniendo el llanto. Lleva 15 días malpasándose.

Durante ese tiempo ha comido sólo algo de galletas con café. Vive al borde de una crisis y sólo porque su madre necesita de una silla de ruedas ha salido de su casa la mañana del jueves. Se vistió con una blusa blanca con vivos verdes, amarillos y negros, un pantalón color olivo y unas sandalias.

Su pelo entrecano lo ató sin gracia sobre la nuca. “He llamado a los de la empresa de camiones para que me digan más, pero me dicen que no saben nada y que si quiero recuperar las cosas de mi hijo tengo que ir a la terminal de Matamoros, donde están las maletas de todos. ¡Pero yo no quiero sus cosas, yo lo que quiero es saber qué pasó con mi hijo, dónde está, quién lo tiene!”.María deja a medias el filete de carne y la ensalada.

Apenas termina con un pequeño vaso de jugo de naranja. Quiere irse para tramitar pronto la donación de la silla de ruedas y regresar inmediatamente a su casa, por si llaman y ofrecen algo de información. Su prisa es ansiedad pura: en casa esperan el mayor de sus hijos, Joel, su nuera y su padre.

“Si me dan la silla ahorita no voy a saber qué hacer porque no quiero ver a mi mamá. Ella está enferma del corazón y sé que si me ve, va a preguntarme por Gerardo y no voy a poder controlar el llanto, me voy a derrumbar y entonces temo que eso le haga daño y la mate… No sé qué hacer”, dice poco después, mientras espera sentada en una banca afuera de la sala de Regidores, donde busca que la ayuden con otro trámite burocrático.

Para llegar a su casa, en San Luis del Jánamo, hay que tomar una carretera federal y luego internarse por un accidentado camino de terracería. La comunidad debe su nombre a un pequeño cerro llamado Jánamo, un pequeño relieve volcánico que aún posee algo de actividad. Es una aldea pequeña, rodeada por campos yermos. Son tierras de temporal en las que suele cosecharse maíz blanco y sorgo.

En época de lluvias trabajan en el cultivo los hombres viejos y los más jóvenes. El resto emigra y mantiene a sus familias desde la distancia. Es lo que hace el esposo de María, que suele irse por temporadas al Canadá. Ya fue enterado del secuestro de Gerardo, pero María no quiere que regrese porque tienen muchas deudas y falta el dinero.

La casa que ambos construyeron tiene dos plantas y cuatro habitaciones oscuras. Se encuentra al fondo de un terreno en cuyo frente se yergue un cuarto de ladrillos y techo de lámina a la que algún funcionario menor clavó un rectángulo de lámina blanca con escudos del gobierno federal, estatal y municipal.

“En mi casa hay baño digno”, dice la propaganda. El abuelo de Gerardo es un hombre de 74 años, envejecido de más en los campos de cultivo. Calza unos zapatos con las puntas abiertas que dejan desnudos sus dedos. “Mi nieto es un buen muchacho”, dice. “Ojalá a quienes lo tienen se les mueva el corazón y le digan: ¡ya vete!… Nada más es esperar la voluntad del Altísimo”.

Antonio Martínez es acompañado siempre por dos de sus amigos. “Vienen a diario a platicar de lo mismo, y esa es la manera que tengo para sentirme menos triste”, cuenta. El mayor de sus nietos, Joel, de 25 años, dice que la pena familiar es terrible.

“Gerardo era el menor de los cuatro hermanos -dos mujeres y dos hombres-. Era muy alegre y divertido. La única esperanza que nos queda es la fe”.En Valenciana Yóstiro, las hermanas de Armando V. tienen minada la esperanza. En el fondo creen que no volverán a verlos.

“Quisiéramos decir algo”, dice Alejandra, la mayor de las tres. “Queremos decirle al gobierno, al federal, al del estado, al del municipio, que por favor abran fuentes de trabajo porque por falta de trabajo es que los hombres se van. Y en todo caso, los culpables de esto que pasó, son ellos: los del gobierno”.Gerardo, Luis Alberto, Juan y Armando fueron despedidos frente al mismo puesto de fresas donde Isabel y las hermanas V. ofrecen la entrevista.

Fue una despedida, dice Ángeles, la menor de ellas, diferente a las demás. “Nunca habíamos llorado, ni ellos tampoco. Y esa vez lloramos, sentimos mucha tristeza. Ahora pienso que fue un presentimiento”.

Ignacio Alvarado Álvarez es un escritor y analista político mexicano, columnista habitual en el diario El Universal.

Con información de Sin Permiso

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