Guanajuato.-Los “lupios”, que es como se le conoce a quienes se introducen ilegalmente en las minas de Guanajuato Capital para extraer metales preciosos, viven cada día de sus vidas con la posibilidad de morir. A veces, a causa de una piedra o un derrumbe, últimamente, también debido a la bala de algún guardia de seguridad de una mina que les advirtió que si volvían a colarse el único metal que se llevarían sería el plomo.
Actualmente, con el cierre de varios accesos ilegales a las galerías mineras enla ciudad de Guanajuato, morirse de hambre es el nuevo riesgo que enfrentan.
Los lupios han sido tema de conversación en todo el estado desde el pasado 5 de marzo, cuando un guardia de seguridad de la Mina de Rayas disparó a uno de ellos. Aunque su labor es un delito, uno de ellos, a quien apodan “El Botas”, que conversó con Zona Franca describiendo a detalle su estilo de vida, es bastante sintético respecto a sus aspiraciones y peticiones:
“Solo queremos que nos dejen trabajar”.
Por su parte, el Topo, otro de sus compañeros, quien hace honor a su apodo con su oficio cotidiano, señala que “lupio” es un término peyorativo. Así lo llaman los guardias de seguridad de las minas junto con otros términos como “rata” o “muerto de hambre”. Aclara sin dudarlo que: “no somos lupios, somos mineros eternos”.
Aunque no es posible que aspiren a la eternidad, porque en cualquier momento puede terminar su existencia de manera fugaz. Ellos señalan que han existido desde siempre, y no les falta razón, pues desde 1975 Jorge Ibargüengoitia en su ahora clásica novela “Estas ruinas que ves”, los refiere cuando Malagón le propone a Espinoza contratar ladrones de metales preciosos en las minas y pagarles la quinta parte de lo que valen. Desde ese momento, los personajes advierten que esa acción está severamente penada por la ley, sin embargo, Malagón informa: “se sabe de grandes capitales cuevanenses que se han hecho de esa manera”. Recordemos que el escritor rebautiza a Guanajuato como Cuévano.
Amenazas demasiado claras
“La amenaza es bien sencilla: si bajas allá te dan cuello”. Así explica El Botas lo que sucede cuando pese a la advertencia, algún lupio se aventura a infiltrarse ilegalmente a una mina. Ya estaban avisados que les dispararían desde hacía seis meses, sin embargo, a causa de la necesidad, continuaron colándose.
Los lupios señalan que quienes les disparan no son guardias de seguridad, sino comandos armados del Grupo de Inteligencia Armada de Guadalajara, a quienes los dueños les pagan 10 mil pesos por lupio asesinado. También son golpeados y muchos terminan en la sala de urgencias de los hospitales. En ocasiones incluso les han arrojado gas, pero los lupios ni siquiera saben que pueden acudir a la autoridad. “Nosotros vivimos al día”, advierten.
Para ellos es un problema conseguir trabajo, porque en primer lugar, les piden requisitos que no tienen, como secundaria terminada, cartilla liberada y tener buena salud, pero carecen de todo eso, y en especial de lo último, porque durante años de trabajar ilegalmente e introducirse al interior de la tierra, sus pulmones han mermado considerablemente.
“Hay muchísima gente que no tiene empleo aquí en Guanajuato, nosotros lo que buscamos es mantener a la familia para vivir. Los canadienses nada tienen que estar haciendo aquí, que se vayan a otro lado”, señala El Topo respecto a las minas propiedad de empresarios canadienses.
El Botas evoca aquel día a principios de marzo, cuando le dispararon a sus compañeros: “Cuando los vieron, los mismos vigilantes no tenían para donde correr, y como si fueran animales nos dispararon”.
“Empezaron a tirar balazos. Los compañeros venían caminando lo que viene siendo la carreterita, los vigilantes llegaron a la camioneta y se metieron y le empezaron a tirar balazos, a uno le pegaron en la cabeza, a otro en la esquina del estómago y en la pata. No le han pagado nada”.
Botas empezó en el negocio de “la lupiada” a los 18 años. Desde entonces esa ha sido su única vida. Sabe que desde los 14 años ya se está listo para trabajar en las minas. También está consciente que sus dos hijos y su esposa lo ven salir a trabajar, pero no regresar. Recuerda que cada que regresa a casa su esposa e hijos se alegran mucho. Sin embargo, no le pide mucho al mundo: “Lo que pedimos es justicia para los chavos asesinados”. Hasta el momento su petición no se ha cumplido, pues pese a ruido ocasionado por la muerte de su compañero, no he ha hecho nada al respecto.
“Habemos de todo en esto de las minas: hay quienes sí son violentos, quienes sacan mucho varo, quienes de plano no sacan nada. Nosotros solo queremos que nos den trabajo. Lo necesitamos, pero tampoco es válido que maten gente nomás por matar. No sé si sea órdenes de los canadienses, pero ni queremos que nos maten, solo queremos trabajar. En Guanajuato el desempleo es algo bien serio, porque nadie nos quiere dar trabajo, ninguna empresa ya. A veces hasta tenemos que comer bolillo con vinagre porque no traemos ni un cinco para echarnos una torta”.
Un día para un lupio
Aunque riesgosa, la labor diaria de un lupio no es muy compleja: suelen entrar a los túneles ilegales a las siete de la mañana o a las seis de la tarde. En ocasiones, permanecen hasta 2 días bajo tierra. No olvidan agua y suero oral, pues hace muchísimo calor mientras más se desciende. Tiene que estar escondidos de los vigilantes, quienes además de golpearlos, les arrojan gas por agujeros para que salgan de inmediato. Ni siquiera conocen el nombre de sus compañeros ni cuántos son, pues se trata de una actividad ilegal.
La corrupción se mueve hasta entre ellos: los vigilantes les cobran 500 pesos para colarse, pero luego, al salir, les quitan los metales que recolectaron, así como sus linternas. También, llaman a la policía y en ocasiones los llevan detenidos, hasta por 92 horas, pagando hasta 8 mil pesos por cabeza.
Uno de los túneles clausurados está en la Bomba VI, ubicado a unos kilómetros subiendo por la Mina de Bustos. “Por aquí nos introducimos nosotros para sacar minerales para mantener a nuestra familia. Nos arrastrábamos como unos 60 metros para salir al rebaje, que viene siendo el plano para ir a la mina”, recuerda el Topo. “Hay muchos compañeros que han muerto allá abajo en la mina, o se quedan sin una mano o un pie”.
No muy lejos de la Bomba VI, hay un sendero que conduce a una huerta y poco después, a la segunda entrada. Un muro tiene un grafiti que le proclama a los extranjeros: “LUPIOS SÍ RIFAN, HECHOS EN MÉXICO”.
La segunda entrada es una fosa cuya profundidad, cuentan, es de más de 70 metros. El proceso es riesgoso: amarran una cuerda y se la atan a la cintura. Van descendiendo hasta tocar el suelo. Con ayuda de un palo, empujan el muro para no golpearse o tocar alimañas como murciélagos, gusanos o ratas. “Uno puede terminar allí destripado, hecho pedazos, si se revienta la soga”. El proceso dura alrededor de 20 minutos. Después de trabajar durante horas y recolectar minerales, salen a la luz y regresan a casa.
“Nuestras familias diario se alegran al saber que estamos bien”, dicen los lupios, quienes al día siguiente irán a buscar clientes que les interesen sus metales recolectados en costales.
No es difícil encontrar clientes. Como bien escribió Ibargüengoitia, hay compradores en todo Guanajuato y el país que adquieren oro y plata, además de turistas que les interesa comprar metales y toda clase de piedras.
Oro auténtico y no falsa pirita, aunque la vida de los lupios se parezca más a lo segundo.