Han transcurrido dos mil años desde que el nacimiento de Jesucristo desencadenó la serie de acontecimientos que llevó a la creación de la fe cristiana y a su difusión por todo el mundo, y durante estos dos milenios el cristianismo ha demostrado tener más influencia que cualquier otra filosofía en la determinación del destino humano.
Tan pronto como se constituyó la Iglesia Católica, se consideró necesario recoger lo esencial de su fe en fórmulas breves y claras, destinadas sobre todo, a los candidatos al bautismo. Así se creó este primer Credo, al que se le llamó Profesión de Fe o Credo de los Apóstoles por ser considerado como el resumen fiel de la fe de los Apóstoles y de las declaraciones más importantes de toda la Escritura. De los dos credos, es el más corto.
El Credo de Nicea es más lago por ser más explícito. Es el que rezamos casi todos los domingos en la Misa. Debe su gran autoridad al hecho de haber sido fruto de los dos primeros concilios ecuménicos: el de Nicea en el año 325, y el de Constantinopla en 381 en los que se hace hincapié en la divinidad integral de Cristo al insistir en que el Espíritu Santo procede del Hijo tanto como del Padre.
Las verdades de nuestra religión, de nuestra fe católica, se encuentran en la oración del Credo. El Credo es en lo que creemos los católicos. Si alguien de otra religión nos pregunta: ¿Qué creen ustedes los católicos? Podemos contestarles con el Credo, que es un resumen de nuestra religión.
Ambos credos se dividen en tres partes: la primera parte trata de Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra. La segunda parte habla de Dios Hijo, Redentor del género humano. La tercera parte habla del Espíritu Santo, santificador de los hombres. Son tres personas distintas en un solo Dios Verdadero. Estas tres partes contienen 12 artículos que mencionan las principales verdades en las que creemos los católicos.
Creemos en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la Tierra: en Jesucristo, su único Hijo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de la Virgen María; que fue crucificado, muerto y sepultado, que descendió a los infiernos y al tercer día resucitó; que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre y que vendrá a juzgar a vivos y muertos. Creemos en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica y Apostólica y en la comunión de los santos; en el perdón de los pecados; en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.
Todo esto que creemos, lo debemos de vivir. Debemos dar testimonio de lo que creemos. Si creo que Dios vela por mí, mis acciones deben demostrar esa seguridad y esa confianza.
Sólo que a principios del siglo XXI, ser cristiano, vivir cristianamente y asumir nuestra responsabilidad como cristianos requieren valor y decisión. ¿Pero cuándo fue diferente? El estilo de Jesús nunca fue del menor esfuerzo. Los obstáculos para vivir como Dios manda son siempre enormes y a veces insuperables. Y nadie puede explicar sus decisiones ni llegar a comprender sus caminos, pues ¿quién conoce la mente del Señor?
Pero si el hombre es imperfecto con Dios, ¿qué es sin Dios? Sabemos que la capacidad humana para el mal es casi ilimitada. Los que niegan a Dios destruyen la nobleza del espíritu humano, ya que si a veces surgen en nosotros destellos de nobleza es por el ejemplo divino de Jesús.