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viernes, abril 26, 2024

Porque ellos son nosotros

Tomo el título de este artículo de una frase que escribe Denise Dresser en su colaboración para la revista Proceso que circula esta semana.
Con ella, Denise Dresser se refiere a una de las tantas razones que había para sumarse a la Marcha por la Paz, a la que convocó el poeta Javier Sicilia, el pasado día 8.
Uso la frase, la hago mía, para decir que los mineros que han muerto recientemente en uno de los tantos pocitos de la zona carbonífera de Coahulia, también son nosotros.
Cuando el 19 de febrero de 2006 ocurrió la tragedia en Pasta de Conchos, en la que murieron 65 mineros, parecía que las autoridades tenían la oportunidad de entender que se había tocado fondo en la desatención y la indiferencia institucional hacia nuestros mineros, lamentablemente, a golpe de más muertes hoy sabemos que no fue así.
Hace apenas unos días, un nuevo accidente en otra mina de carbón nos regresa a la más cruda realidad. Pasta de Conchos no arrojó ninguna enseñanza, ni para los empresarios, ni mucho menos para las autoridades que tienen a su cargo la vigilancia de las condiciones de seguridad de los trabajadores.
Es cierto, las minas de carbón son muy peligrosas, pero una mina que es especialmente peligrosa debe tener especiales medidas de seguridad.
El jueves pasado, en el noticiero estelar de Televisa, Joaquín López-Dóriga presentaba un breve reportaje sobre este nueva tragedia. Uno de los enviados a cubrir la información de lo que pasaba en el pozo 3 -esta mina en que se produjo una nueva explosión- bajaba a más de 50 metros. El reportaje hizo evidente la realidad. Quedaba claro en el panorama la ausencia de condiciones de seguridad. No de condiciones especiales, sino de ninguna, ni la más mínima.
Nuestro mineros siguen trabajando turnos de 10 horas y más, agachados todo el tiempo en estos recovecos de poco más de un metro de altura, sin zapatos de seguridad, sin ningún aparato que mida la concentración de metano, sin guantes, sin máscaras que los protejan del gas, sin más ventilación que el aire que logra entrar por esa suerte de tiro, sin ningún extintor, sin salidas, ni planes de emergencia…sin seguridad social.
La CNDH ha emitido cuatro recomendaciones, según se lee en su página web. La 26/2006 relativa a las medidas de seguridad que debieron adoptarse para evitar la muerte de los mineros en Pasta de Conchos; la 64/2008, que se reporta como no aceptada, también relativa a lo sucedido en esa mina y a la necesidad de recuperar los cuerpos de los fallecidos en ella; la 85/2010 y la 12/2011, por accidentes ocurridos en otras minas carboníferas de Coahuila, proponiendo medidas de seguridad que siguen también sin atenderse.
Textualmente explica la CNDH que “se han documentado conductas tolerantes y omisas de servidores públicos, cuya obligación era aplicar los reglamentos en materia de seguridad e higiene y constatar su cumplimiento oportuno”. A pesar de tales recomendaciones, después de la tragedia de Pasta de Conchos y hasta la fecha ha habido casi 60 muertos más en nuestras minas de carbón.
Pasta de Conchos y ahora este suceso que reporta 14 muertos, son unas de las heridas más severas de negligencia empresarial y de muchas autoridades. Hoy esa negligencia gubernamental que no exige al patrón las condiciones de seguridad necesarias, que tampoco sirve para cuidar a los trabajadores, se ha hecho presente una vez más matando a nuestros mineros.
Tristemente la esperanza fue recuperar los cadáveres de la más reciente de las tragedias, algo a lo que se renunció en Pasta de Conchos. Me atrevo a decir que es triste ese compromiso, pues no debiera bastar. Lo que necesitamos es que haya un verdadero actuar de la autoridad, no su complacencia, no más su complicidad criminal con el patrón. Necesitamos pues, autoridades que responda por nuestros muertos.

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