El prestigio de Luis Ernesto Ayala ya no es lo que era. La secretaría de la Gestión Pública se ha convertido en un verdadero Waterloo para el ex alcalde leonés.
Resoluciones a modo en el DIF; auditorías a medias en la Secretaría de Salud; castigos disparejos en Obra Pública, han venido a mostrar que la fama de justo e insobornable también tenía sus limitaciones.
Esas no serán, sin embargo, las peores herencias de un político que no naufragó ante la corrupción, pero sí ante la tibieza y las medias tintas, madres de tantas complicidades.
Lo peor es que hay áreas de la administración a las que ni siquiera toca con el pétalo de una revisión y son, sobre todo, aquellas donde despachan sus amigos.
Luís Ernesto regresó al servicio público con su capital político menguado. Saldrá de allí en la más absoluta de las inopias.