Las audiencias en 1983 repudiaron a Tony Scott, pero su legado permearía no sólo el aspecto visual de comercial en hollywood, también consolidaría el vampiro gótico ochentero DE la cultura popular.
A estas alturas del juego de la vida, la figura de Tony Scott como realizador ha tenido una revaloración: pasando de ser el hermano menor fallido de Ridley Scott dedicado a una atención estética maligna y principal abanderado que no quería dejar esta condición para pasar a la pantalla grande (prejuicio bastante torpe si consideramos que tanto él como su hermano y amigos provenían de la misma escuela y modalidad), a de pronto ser reivindicado como una voz pura dentro de la acción y la vanguardia modernista del deseo y el videoclip extenso, tomado a tal seriedad que logra superar en ocasiones las labores de su hermano.
Este camino de reinterpretaciones llega demasiado tarde, considerando la repentina y trágica muerte de Tony hace ya más de diez años en donde se le extraña ese lenguaje del cual se volvió el último mohicano, abandonado por sus compinches y compatriotas como el único que parecía entregar estas emociones y colores chirriantes y sudorosos.
La verdad es Tony Scott desde incluso las primeras exploraciones fílmicas de su hermano ya quería consolidarse en el terreno fílmico, encariñado y emberrinchado con querer adaptar Entrevista con el vampiro, la pieza angular del vampiro moderno de Anne Rice de 1976, pero Tony al parecer -y siendo el primero de muchos- encontraría la odisea homoerótica de Rice imposible de concebirse en los estándares moralinos de Hollywood que veía como comprar carne echada a perder la idea de filmar algo tan ambicioso y abierto.
Pasaría el tiempo entre comerciales pero finalmente para 1981 Scott sería buscado para ponerle imagen a otro bestseller vampírico, ahora de la mano de Whitley Strieber. Si Anne Rice revitalizó al vampiro con su novela, Strieber era conocido dentro del campo del horror por recontextualizar a los seres sobrenaturales. En Wolfen de 1978 –que cuenta con una adaptación fílmica de la que ya he escrito– Strieber plasmaba al licántropo como parte de una comuna nativa americana cercana al espíritu animal, y ahora con El ansia de 1981, trataba al vampiro con un tono elegante parecido más al de un Barbazul moderno.
Ese sería el proyecto al que quedaría anclado Scott, su ópera prima de la que esperaba tener el mayor acceso tratándose de un tipo experimentado en el campo estético y exitoso de la tele, pero que no pasaría como él esperaba en un inicio.
El ansia fue un acompañante de la pubertad para muchas personas, entre las que se incluye este servidor. Ver esta película fue sinónimo de acercarse de forma cautelosa a la televisión un fin de semana por la madrugada a estos extintos canales de un contenido erótico -era eso o nada- laxo con la promesa de algo que pudiera satisfacer esas ansias típicas de la punzante pubertad; El ansia llegaba con esta supuesta promesa de canto de sirena gracias a sus primeras escenas que presentan la belleza inmortal de personas como Catherine Deneuve y David Bowie… y de pronto pasaba.
Esta relación se volvía insatisfecha para la carne, pero había algo innegable en su sensualidad visual que hasta la fecha sigue siendo el principal fuerte de El Ansia. A Tony Scott poco le importaba la expresión natural de los entornos o personajes, decidiendo al igual que Adrian Lynne y demás compadres provenientes de la televisión generar los mismos impulsos para que la gente compre un auto o que las mujeres tengan una apariencia perfecta para usar un perfume, el de impulsar una complejidad del aparatejo visual de un neo expresionismo compuesto por tonos metálicos azulados, sombras que marmolizan partes del cuerpo o rojos incandescentes deliciosos.
Los cuerpos son expuestos de una forma lejos de lo vulgar manteniendo un tono delicado, más mesurado que lo que la aparición y horario de un canal como Golden Choice podría presumir en su programación habitual… una interpretación que le podemos dar tanto en las habilidades y sensibilidades de Scott de nuevo, como artesano de la seducción de segundos, pero ciertamente también porque El ansia es una película “reprimida” por las circunstancias de su producción.
Si consideramos el minúsculo presupuesto con el que contaba El ansia, la realidad es que Scott junto a Stephen Goldblatt en cámara y Brian Morris bajo el diseño de producción exprimen lo que tienen con afinidad, que al final de cuentas ensalsa un guión bastante entorpecido por su estructura adaptativa en donde no encuentra terreno de duración ni para postular un triángulo romántico atractivo ni mucho menos la adherencia de las ideas científicas con el vampirismo, y peor aún bajo el yugo de entrometimiento del estudio quien decide proponer un final abierto a secuela de lo más confuso y que derrumba parte de la construcción mitológica plasmada y ciertamente no tiene tacto dentro de los temas que El ansia propone.
Porque sí: El ansia entre sus espacios abandonados que Morris decora con cientos de cortinas blanquecinas virginales que juegan para la audiencia en captar genitales y bultos carnosos, o de espacios opulentos dentro de edificios de apariencia brutalista, y Goldblatt que entre el azulado también razona una lentitud dramática del slow motion para momentos claves dentro del horror y también para conjurar poderes vampíricos casi como cuando Murnau concibió la velocidad anormal del Conde Orlock en Nosferatu (1924), El ansia posee temas bastante atractivos y novedosos dentro de la mitología del vampiro.
Porque realmente pocas películas habían contemplado tratar al monstruo chupasangre con un ambiente melancólico al ser un vendedor de aceite de serpientes. Miriam Baylock (Catherin Deneuve) representa la perfección vampírica entre su rostro duro, atavío de diseñador y piel de porcelana, una muñeca que pide la compañía eterna de su amado John (David Bowie) quien asume que su único decoro será el tradicional beber sangre para fortalecer la vida eterna como su amada; estos vampiros han vivido por centenarios y han construido una relación que les permite explorar los límites del deseo -eso sí, méramente humano pero sin el freno de lo que la sociedad permite-y siendo abanderados de elegancia, de belleza, de arte, de ser ese devaneo de la belleza inalcanzable que tanto menciona Mann en Muerte en venecia referenciada por Scott con una niña andrógina que se les une para crear arte.
Todo parece perfecto hasta que de pronto John adquiere angustia, la verdadera ansia de la película.
Es muy inusual ver a un vampiro considerar su existencia no como un dominador del mundo sino como a uno que le vendieron la promesa de la vida eterna pero que se da cuenta de que las circunstancias no le favorecen; John a través de un grandioso papel de Bowie en donde además de perder su sentido de lo cool pierde su belleza y juventud, más lejos de una bomba sexual y más parecido al abuelo de Leatherface de La masacre de Texas (Tobe Hooper, 1974) y en donde cualquier acto para saciar la sequedad de su cuerpo y alma resulta en constante patetismo.
De pronto El ansia deja de volverse una obra sobre el poder y de forma retorcida nos plasma la dinámica de poder y dominación que Miriam somete a su amante miado y acongojado, ahora parte de un ritual de desecho en donde nos damos cuenta de que no es ni el primero ni el último en caer presa de esta mentira, y en donde la reina vampira también es objeto de debate.
¿Es Miriam un ser aflijido y destinado a la soledad? Parece tener un duelo enorme frente al literal desmoronamiento de su amado, pero su ritual también de forma más perturbadora nos dice que a pesar de los años, de la sabiduría y del poder, se enfatiza la apariencia del duelo, porque sigue siendo un monstruo sensible que no puede afrontar la despedida total, una toxicididad plasmada en una especie de confort nihilista absoluto, de saber que no tiene por qué acabar con la vida de nadie si estos tampoco llegan a molestar. Es un dolor que le rodea por no encararlo de forma determinante, y en donde resulta más sencillo evadir la responsabilidad buscando una nueva víctima con la promesa del mejor sexo, la mejor vida, y la mejor compañía, lo cual no es fácil para su víctima, en donde también habría que mencionar el personaje de Sarah Roberts (Susan Sarandon) como una mujer moderna, independiente de su pareja, inteligente y que en este maremoto de insinuaciones de la vampira que la busca como el salto que puede tener tras la modernidad andrógina de David Bowie termina rebelándose y tomando su feminidad como fortaleza exploratoria en un gran último escupitajo
De forma deliberada El ansia pasa por diferentes arcos emocionales y de forma fascinante: el vampiro pasa de ser objeto de deseo a repudio y también una personificación de probablemente algo que haríamos nosotros mismos. No busca entablar juicios del horror entre sus protagonistas y estructurar villanos y héroes sino que contempla el horror de esta jodida vida si se le aleja el glamour y el coqueteo que Scott y su equipo usa de forma astuta cual caballo de Troya en los incautos.
Lo cual, pasó en completa inadvertencia por ese 1983.
Las audiencias y críticas tachaban a El ansia de dos cosas: o no satisfacía las voracidades fálicas que parecía prometer -lo cual es tan gracioso, es como si de verdad yo siguiera en esta etapa de mi vida furioso porque no pude masajearme viendo esto- o que resultaba demasiado presuntuosa, engalanando una supuesta pobreza que lanzaba un juicio a Scott de no entender al vampiro -como si este necesitara de eslabones canónicos para seguir siendo interesante- presentando un cine vacío y superflúo: básicamente todo el juicio de su carrera.
Creo que Scott finalmente tendría la última sonrisa en el asunto, porque si bien nadie vio El ansia, se sabía de El ansia: se sabía del compromiso de su triada estelar en un culto que sólo el vhs y las funciones prohibidas para pubertos por años cosecharon el encuentro con la anormalidad dentro del género de vampiros, y en donde la subcultura gótica -si bien ya había nacido desde fines de los setentas- finalmente encontraba un aproximado poderoso e himno institutivo a través de Bauhaus gritando como loco que Bela Lugosi ha muerto.
Esa es la máxima declaratoria de El ansia de Tony Scott: el vampiro de tus papás ya no está con nosotros, el vampiro está destinado a renovarse o morir supuestamente como un roedor peludo… y la verdad es que a 40 años en muy pocas ocasiones la oferta de ser aperitivo de una diosa francesa y el rubio de ojos enigmáticos ha sonado mejor.
El ansia está a la renta y venta a través de las plataformas de Apple y Amazon.