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domingo, abril 28, 2024

Viajar hace cultura

Hacía varias semanas que no me encontraba con el compadre José Alberto F. hasta esa mañana en la que caminaba desde mi casa hacia la deportiva norte. Ya había atravesado el barrio de los Cobos evitando pasar por el peladero junto al río Silao donde normalmente se ubica el tianguis de los miércoles; como era época de vientos busqué caminar todo el tiempo sobre el asfalto, y fue antes de la intersección entre la calle Madrid y Tulipanes que me divisó desde su carro. Como llegó por detrás, yo solo oí el chirrido de las pastillas de frenos y pensé que ya mis días habían llegado a su final.

La voz del compadre me hizo abrir lo ojos e interrumpir mi jaculatoria pidiendo perdón por mis pecados. ¡Compadre! ¿Cómo anda a pie? Súbase, le doy ride. No se preocupe, compadre, le dije, voy aquí nomás, a la deportiva. Pos aproveche que por ahí paso y lo dejo en la puerta. Va. Me subí al lugar del copiloto y empecé a preguntarle por su último viaje; había partido en un larguísimo tour al lejano oriente, de ahí que pasara tanto tiempo de no verlo.

Una maravilla compadre, me impresionó cómo están tan desarrollados esos japoneses. Vea, en Japón todos los coches son nuevos, son tan estrictos en las pruebas de emisiones de gases que aquellos que tienen más de tres o cuatro años ya no pasan las pruebas, así que por los impuestos les sale más barato comprar uno nuevo que seguir en el contaminante.

Cuando terminó de decir esto, pude ver por el espejo izquierdo que una nube oscura proveniente del mofle de su Cadillac 85 fumigaba sin piedad a peatones y a los conductores que se formaban pacientemente sobre la estrecha calle Tulipanes. Allá en Japón, prosiguió, las calles están perfectas, no como este mar de baches que nos toca aguantar aquí, y eso que aún no empiezan las lluvias.

Pensé que por aquella razón nuestro anterior presidente municipal había viajado con tanto gusto al archipiélago nipón, para aprender la fórmula secreta de las calles bien pavimentadas. Lástima que los trienios se pasan volando, porque no pudo aplicar nada de lo aprendido…

Y la gente, continuó el compadre con su exposición tras dar el último sorbo a una botella de refresco que llevaba en el portavasos, es muy disciplinada… en ese momento hizo un extraño movimiento con el volante, como si a la mala tuviera que privarse de atropellar a un ciclista que se debatía entre la mínima banqueta que quedaba al pasar frente al club Españita y la calle estrechísima transitada por camiones de carga y pasajeros. Mira éste, dijo, cómo va por la calle.

Traté de distraerlo para evitar que comenzara con alguna monserga sobre la inutilidad de las vías ciclísticas y esas cosas. Dicen que la gente es muy amable y que no hablan casi inglés, comenté. Ei, y es muy respetuosa y muy limpia, los espacios públicos están impecables.

Adelante, en una motocicleta, avanzaba una mujer con dos niños a sus espaldas y otro enfrente sentado sobre el volante, zigzagueaba con riesgo de perder el equilibrio debido a que mientras conducía con una mano, consultaba su celular con la otra. Allá no pasan cosas como esta, me dijo señalando a la mujer, que habría podido inscribir ese número en cualquier circo. Ahora que están prohibidos los animales, seguro le darían cabida.

No pos, compadre, le dije indicando con la mano donde podía dejarme para no estorbar el tránsito, tenemos mucho que aprenderles, ¿verdad? Ei, compadre, no sabe. Uno llega transformado de esos viajes, respondió y un segundo después haciendo caso omiso de mi recomendación de parada, le restregó la carrocería de su carro a una pareja que intentaba cruzar la calle sobre el tope peatonal que está frente a la deportiva. Paró unos metros más adelante, sin orillarse ni poner luces de estacionamiento.

Nos despedimos. Siempre he querido visitar Japón, le dije tras despedirme. Pos aproveche que no tardan en poner un vuelo desde el aeropuerto del Silao. Ei, le respondí, me pondré a ahorrar. Mientras observaba el Cadillac y su oscura estela alejarse en dirección a la avenida Gómez Morín, vi como la botella vacía volaba desde el interior para caer sobre el prado achicharrado del camellón junto a las raíces de los eucaliptos.

Pronto tuve que regresar a pie porque no traía dinero, había olvidado que debía pagar la entrada a la Deportiva.

Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

Jaime Panqueva
Jaime Panqueva
Escritor, economista, promotor cultural, puericultor, amante de la ópera y de los tacos de montalayo. Este colombiano-mexicano afincado en Irapuato escribe ficción histórica, crónica, artículos periodísticos, entre otras curiosidades.

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