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viernes, abril 26, 2024

Tengo que confesar

Por: Noé Morales Antonio

Tengo que confesar a todos los hombres que leen esta columna, que siempre puse muchos pretextos para escribir sobre esto, podre decir que el feminismo siempre fue un tema de mi interés, pero que lo era porque yo siempre pensaba tener la solución en las manos, pensaba que la respuesta a tantas problemáticas estaba en mi pluma y mi razón; yo repetía como en misa dominical “hay otras formas de manifestarse” “lo que le hace falta al feminismo es…”.

Tengo que confesar que siempre me sentí en un lugar privilegiado al ser educado por mujeres, que me llenaba la boca de orgullo al presumir que la cultura matriarcal del Istmo de Tehuantepec, Oax., era la cultura que no me permitiría jamás reproducir actitudes machistas y nefastas. Que mi educación me había mostrado que el respeto a las mujeres era ofrecerles múltiples opciones en las cuales yo pudiera ser el que tuviera el control de las acciones.

Confesar que un día me di cuenta de que todo aquello que sostenía y daba coherencia a un posicionamiento sobre el feminismo, tenía un asidero fuerte en la ignorancia de mis privilegios y cómo estos me son otorgados a costa de negarles a las mujeres los suyos. Qué a pesar de una educación matriarcal, yo seguía reproduciendo micromachismos de manera tan natural que no reparaba en el daño ejercido.

Confesar que cuando Carla Suárez dice -“es común que alguien reconozca y le sean tan claros los mecanismos de opresión contra los que lucha, pero que al mismo tiempo, ignore que estos mecanismos son los mismos que oprimen a ese “otro” por el que lucha una causa diferente” [1]– me recuerda la necesitad de siempre evaluar el trasfondo que sostienen nuestras aseveraciones, y a quiénes se omite con ellas.

Cuando Yolanda García nos explica que “el mansplaining (aunque sea sutil) acorta capacidades necesarias para ser escuchadas, participar, ser políticamente incorrectas o reclamar derechos; limita a ser educada, calladita, perfecta, impecable”[2], me pone frente a las consecuencias de mis propios privilegios, que por mi libertad se coacciona a las mujeres.

Confesar que lo escrito por Ruth Sosa -“¿Dónde estamos posicionadas las mujeres actualmente? y ¿dónde deberíamos estar? Fueron las primeras preguntas que me detuve a reflexionar e inevitablemente resonó el eco feminista que cimbra no sólo a nuestra sociedad, sino a la comunidad internacional en plenitud”[3] – me abrió los ojos ante una verdad de sentido común: si las mujeres aún siguen cuestionándose sus lugares dentro y fuera del patriarcado, es porque todavía pienso que la respuesta a sus preguntas las puedo ofrecer yo, desde mis privilegios, desde un sistema que me beneficia y en una condición ventajosa.

El camino de comenzar a aceptar que se tienen privilegios y se invisibiliza al sexo femenino no es sencillo, darse cuenta que esta columna se podrá compartir más veces que los artículos de las compañeras anteriormente citadas, o que las probabilidades de obtener un trabajo estable sean mayores para mí por el hecho de ser hombre son privilegios tan naturalizados y difíciles de traer a la luz que cuando se logra se trastocan y remueven los cimientos de convivencia más encarnados en nosotros, obligándonos a pensar modos distintos de coexistir en sociedad. Como alguna vez me lo dijo Paloma Sierra, “el patriarcado es lo mejor repartido en la sociedad”, y la contundencia de esta frase me lleva a pensar la naturalización de todos nuestros actos violentos a las mujeres, desde opinar sobre feminismo queriendo resolver un problema, que seguro no me compete, hasta recriminar la forma de vestir de alguna mujer cercana.

Tengo que confesar, que entre más sensibilidad tenemos como hombres al movimiento feminista, más distante nos podemos encontrar de entenderlo en su totalidad, el camino de lo sensible abre un abanico de feminismos que resulta imposible comprender en una generalidad, y que además es innecesario encasillar el movimiento feminista en una sola definición. La sensibilidad me muestra que mi granito de arena está en el cuestionamiento de mi masculinidad, comprender que su construcción ha sido a costa de invisibilizar y encasillar a la mujer a un papel minoritario en todas las esferas humanas.

La construcción de la masculinidad ha jugado en contra de nosotros prohibiendo sentimientos y afecciones que neciamente se le adjudican a la mujer; llorar, tener miedo, ser emocionales son naturalidades del humano, pero están negadas a los hombres por los mismos hombres a lo largo del tiempo. Las actividades cotidianas no tienen etiquetas, confesar que es nuestra masculinidad puesta en la clasificación y determinación de actividades con base en el sexo y sin darnos cuenta esas etiquetas han modificado a placer y conveniencia nuestra convivencia con las mujeres.

Confieso que hoy las preguntas y los análisis sobrepasan mis capacidades para dar un cause claro a una solución o un cambio determinado y tajante, por el contrario, se conectan una sobre otra las dudas y críticas. Se coloca frente a mí un trabajo interminable de comprender mis privilegios, mis prejuicios, mis micromachismos, etcétera.  Modificar y actuar en consecuencia de dichos cambios, todos los días algo nuevo se presenta. El momento en el cual acepté que mis privilegios requieren de violentar la libertad de la mujer, se desencadeno una serie interminable de preguntas por mi actitud. ¡¡En fin, soy un macho en rehabilitación!!

Confieso que el camino de la sensibilización al feminismo, de cuestionar la masculinidad, es un camino escabroso, inestable, lleno de sin sabores, sentirse sin suelo y sin una finalidad en las nuevas construcciones sociales. Que no es fácil admitir que aquello que teníamos por correcto y común nunca lo fue, que sin estar consciente ejercí actos machistas y los justifiqué.

Sin embargo, aquí la última confesión de este artículo, de la misma manera que una ola de preguntas incomodas se avecinaba sobre mí, lo fueron dinámicas distintas de convivencia, dinámicas que se contraponen a nuestro acontecer presente, es decir, dinámicas menos violentas, más amorosas y comprensivas, dinámicas que construyen y no destruyen. En un proceso que pareciera ser de confrontación con mis prejuicios, se abren maneras distintas de comprender nuestro presente, los resultados de sensibilizarse al feminismo no son solamente tener una mejor convivencia con la mujer, sino también comprender que el mundo y nuestra vida cotidiana tiene elementos que habíamos dejado de lado y que juegan un papel importante en nuestra construcción moral, esto es, cambiar nuestros prejuicios excluyentes por dinámicas éticas incluyentes.

Confesar es un proceso difícil, aunque algunos lo hagan ver fácil en el confesionario, es saberse débil e imperfecto, es saber que soy humano. ¿Alguien más que guste confesarse?

[1]  https://zonafranca.mx/opinion/sexismo-y-especismo-opresiones-amigas/

[2] https://zonafranca.mx/opinion/una-mirada-a-la-cultura-hecha-por-hombres/

[3] https://zonafranca.mx/opinion/revolucion-industrial-vs-revolucion-intelectual-cual-es-la-posicion-de-las-mujeres-en-el-siglo-xxi/

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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